martes, 24 de noviembre de 2009

Münster y las jaulas que no vimos

Hace ya casi dos meses que volví de Alemania y todavía me falta hablar de nuestra visita a Münster. Münster es una ciudad situada al norte de Renania del Norte y es famosa por su universidad y por la cantidad de bicicletas que hay (es la ciudad europea con más bicicletas por habitante). Nos habían dicho que era uno de los sitios imprescindibles para visitar cerca de Düsseldorf y allí que nos fuimos unos cuantos de los dusseldorfianos a visitarla. La ciudad no nos decepcionó y fue un buen sitio para que fuese mi última visita a ciudades Alemanas. Como he dicho, lo que llama más la atención de la ciudad es la cantidad de bicicletas que hay: ¡Están por todos lados! Eso sí, un aviso: No se puede olvidar ver en la Catedral la jaula en la que se mostraron los cadáveres de los anabaptistas. Lo aviso porque yo no lo vi, a pesar de estar en una de mis fotos. Vicky, muy cortesmente nos recordó que había que verlo, después de haber vuelto. Eso nos pasa por no prepararnos las visitas y resulta ser una buena reflexión para fijarse más en los detalles.






martes, 13 de octubre de 2009

La historia de cómo nos cagábamos por la pata pa'bajo

Dos visitas en un año al Sudeste asiático: no está mal. Cuando me marché de Singapur rumbo a Alemania nunca pensé que volvería a esas latitudes (y longitudes) tan pronto. Sin embargo, ahí estaban los informáticos para hacerme cambiar de opinión. De pronto me encontré con un viaje organizado a Tailandia para finales de agosto. Tenía el dinero y los días (esto es otra historia), así que, ¿por qué no?

El viernes 21 partimos a Tailandia Patricia, Lorena y yo (a las dos las embauqué) para pasar 10 días divertidísimos, loquísimos, rarísimos y escatologísimos (no sé si eso se puede decir). Desde luego 10 días de puro reír. Nada más llegar el sábado quedamos a cenar con todos los demás (eran muchos, no los nombraré, bueno, sólo a Jojo, nuestro amigo alemán ? ) y ya nos pusimos al día. Yo no me podía creer que estuviese ahí sentado con toda aquella gente. Ya sólo por eso había merecido la pena el viaje. Después de cenar salimos a un local (Route 66) al que nos llevó Guille. Sencillamente genial. La combinación de varias salas con varias músicas, una terraza y un grupo tocando en el baño de las chicas fue perfecta. Allí ya festejamos mucho y bebimos más, pero como no nos pareció suficiente. Pusimos rumbo a otro local cuyo nombre no puedo recordar. Sólo decir que terminé bailando en un escenario, dando vueltas alrededor de una barra a la que al rato se me unieron muchos. ¡Una gran noche :P!





Por la mañana nos lavamos la cara y salimos a visitar el mercado de Chatuchak, sólo abre los fines de semana, así que era ahora o nunca. ¡Es increíble! Se puede encontrar de todo (bueno y malo) y a unos precios de risa. Ahí tuvimos que despedir (no sin pena) a los primeros amigos. Por la tarde la noche anterior hizo mella y algunos volvimos al hotel a darnos un baño en la piscina y a descansar un poco. Después de cenar nos reunimos con los demás para ir a ver el “Pingpong Show”. Tanto habíamos hablado de ello que al final fuimos. Mi opinión: es lo único que no repetiría de Tailandia. Luego unas copas y a la cama.



Tocaba visita turística, turística y desde muy temprano ya estábamos preparados para ir a visitar el Palacio Real y varios templos del alrededor. El Palacio y el templo que está junto a él son increíbles. No hay otro calificativo. Una parada obligada en la visita a Bangkok. Luego hicimos un pequeño tour en barca para visitar otros dos templos: bla y bla. Con el cansancio ya en el cuerpo volvimos a blabla a que nos dieran un masaje y luego fuimos a un restaurante (enfrente del templo bla) a cenar donde conocimos a Clara (ya he dicho que una de las mejores cosas de esta beca es conocer gente). Esa noche terminamos tomando “Sansong Sa’prite” en la zona cercana a donde los becarios de Bangkok viven (¿vivían?, escribo esto después del final de la beca) y en la que terminamos bebiendo por fuera de una furgoneta.








El martes fue el gran día. Tocaba visita a Ayutayah, pero eso no fue lo que hizo que fuera grande. Al poco rato de salir del hotel empecé a sentirme mal y no pasó mucho tiempo hasta que empecé a vomitar todo lo que entraba en mi estómago. Mientras paseábamos por entre los templos de la antigua capital, yo parecía un espectro que se quedaba a esperar debajo de los árboles. Pero Patricia, envidiosa como es (jajaja), no podía ser menos así que a mediodía empezó también a vomitar. Terminamos algunas horas después tumbados junto a unos tailandeses que descansaban del trabajo y corriendo de vez en cuando al baño porque ahora teníamos también diarreas. Para disgusto de una canadiense, decidimos volver a la ciudad. Nos enteramos, además, que no éramos los únicos que el resto del grupo también estaban “cagándose por la pata pa’bajo”. Empezó, entonces, un día y medio muy divertido. Esa tarde nos quedamos todos en el hotel sufriendo, durmiendo y siendo patéticos. Sin embargo, lo más divertido (léase con ironía) vino al día siguiente cuando Patricia se desmayó hasta dos veces (con los ojos abiertos: qué miedo) y terminamos a media tarde en un hospital, eso sí modernísimo, después de haber pasado el día a arroz y pechuga (gracias Lorena). En este tramo también Lorena y Jojo empezaron a sentirse mal, aunque (afortunados ellos) nunca llegaron a estar tan mal como nosotros.

El jueves, era el momento de romper la maldición: nos íbamos a Phi Phi. Patricia no estaba todavía del todo recuperada, pero sí lo suficiente como para viajar. Cuando vimos las islas acercándose supimos que había merecido la pena. Ese día sólo fue de reconocimiento (reconocimos por ejemplo nuestra playa que era increíble) y para empezar a comer normal (pasta al pesto).



El viernes fue el día de nuestra excursión de LA MUERTE. Al final no morimos, pero cerca estuvimos (exageración dramática). Cogimos una excursión en bote a la isla de enfrente a Phi Phi (la de la playa de “La Playa”) y a otras playas e islas cercanas. Después de empezar haciendo snorkel en un sitio paradisíaco, el tiempo empezó a empeorar hasta que nos encontramos a media tarde en la barcaza dando tumbos en alta mar y pensando (al menos yo) que en cualquier momento aquella barca volcaría. Afortunadamente, no fue así y la verdad es que nos reímos todo lo que quisimos. Habíamos sobrevivido. Sin embargo, nos plateamos: “…entre lo de la enfermedad y lo de la barca, ¿no estaremos gafados?”

El sábado llegaron a la isla los bangkonianos y subimos hasta el mirador de la isla (Dios mío, cuántos escalones) para luego bajar hasta una playa al otro lado. La verdad es que las vistas y la conversación hicieron que toda la caminata mereciera la pena. Después de comernos unos bocadillos y zumos buenísimos emprendimos la vuelta a la isla, para terminar esa noche, una vez más, bailando al ritmo de la música machacona y oliendo a gasolina quemada.

El domingo no hubo tiempo para más: hicimos las últimas compras y pusimos rumbo a Bangkok. Terminamos a las 23:00 de la noche con el agua hasta los tobillos comprando en un mercado nocturno, pero la verdad es que mereció la pena. Al día siguiente vuelta a Alemania y a rememorar lo vivido.

Sé que leyendo esto nada provoca tanta risa, pero es que las mejores historias están censuradas para el gran público, espero que mi cabeza dure bien muchos años para poder recordarlas y reírme y reírme y reírme... Vale, diré una de las cosas graciosas: ¡qué divertido es pasarte 8 días hablando de mierda!

lunes, 12 de octubre de 2009

El famoso barco fiesta

Hace meses que organizamos el viaje que nos llevaría de Copenhague a Oslo en barco y la verdad es que no decepcionó. Llegué el viernes por la tarde y después de esperar a todo el mundo pusimos rumbo a Cristiana: la zona súper-mega-cool-fuma-porros de Copenhague. La verdad es que el barrio merece bastante la pena y resulta cuando menos curioso. Después de tomarnos unas cervezas ahí y de hablar mucho, mucho. Terminamos saliendo de marcha a un barco reconvertido en discoteca. Muy bien pensado por parte de David. Nos lo pasamos genial y terminamos a las 6:00 rumbo a casa y riéndonos a más no poder por frases como: "we are not as beautiful as you, but we are normal people".


El sábado después de dormir 3 horas salimos para ir a coger el barco, pero antes tocaba visita de la ciudad. La verdad es que CPH me sorprendió para bien. Es una ciudad muy bonita y al menos ese día estaba repleta de gente. Además, la sirenita no me decepecionó: había escuchado tantas cosas malas de la pobre, que me pareció una maravilla. El resto de la ciudad con sus canales y su arquitectura me gustaron mucho.





A las 17:00 embarcamos y vimos nuestro zulo-camarote, pero total para no dormir que más queríamos. Antes de cenar David, Kike, Roberto y yo fuimos al jacuzzi a relajarnos un rato. Luego quedamos en la cubierta con las chicas para cenar y empezar a beber algo. Cuando ya el frío era demasiado decidimos que había llegado el momento de bajar a la discoteca. La verdad es que el barco no era muy "fiesta", pero ya estábamos nosotros para que lo fuera. ¡Qué desfase de noche! Entre gente demasiado contenta, gente encerrada fuera de su camarote ;) y paseos aquí y allá, la verdad es que resultó ser divertidísima. Algunos de nosotros decidimos no irnos a dormir porque queríamos ver el amanecer y la entrada al fiordo de Oslo. Así que en toda esa noche no dormí nada, pero mereció la pena.






El domingo al llegar a Oslo, todos más muertos que vivos, visitamos un poco de la ciudad y yo ya no tuve tiempo de más: de vuelta a Ddorf a descansar que de verdad lo necesitaba. Otra grandísima fiesta más que pasé con los informáticos (que siempre demuestran que son los mejores).

viernes, 2 de octubre de 2009

Tschüss, Düsseldorf

En mi línea escribo esta entrada de despedida, reflexión o lo que sea, días después de haber dejado Düsseldorf. Como siempre, mi blog funciona en un continuo espacio-tiempo diferente y por eso también escribiré entradas sobre Copenhague y Tailandia en los próximos días. Pero ahora hablo de finales.

Para recapitular sobre este año, he revisado por encima mi propio blog, para comprobar que había escrito y que había sentido. Mi conclusión: he sido muy injusto con Düsseldorf. Terminé haciendo lo que no quería hacer. Me dediqué a escribir en cada nueva entrada sobre un nuevo viaje, dejando en el olvido la ciudad en la que vivía y lo que vivía en mi día a día. No voy a engañar a nadie (ni a mí mismo): Düsseldorf no es una ciudad guay, ni siquiera atractiva en un principio. Sin embargo, a Düsseldorf le debo hablar un poco mejor alemán (eso me han dicho), haber viajado mucho (eso ya lo dije), pero sobre todo le debo haber conocido gente maravillosa y que espero que formen parte de mi vida en mi futuro. ¿Qué mejor regalo le puedo pedir a una ciudad? Cuento los días y los que he pasado fuera de Düsseldorf fueron quizás 60. Hay otros 300 días que pasé en esa ciudad y puedo asegurar que no fueron malos días (no la mayoría), para nada.



Así que me despido de este año diciendo: ¡Gracias, Düsseldorf! Es cierto que a él mismo no lo echaré de menos, pero, ¡cómo extrañaré a las personas que me regaló!

sábado, 26 de septiembre de 2009

De Estambul y de como me enamoré

Con lo que tuve que aguantar a Suso en el curso :P, sin lugar a dudas me merecía un lugar especial en su casa para visitar Estambul y desde luego que no me defraudó. Estambul fue uno de los mejores viajes que he hecho este año y puedo decir que es la ciudad que más me ha gustado de las que he visitado en todos mis viajes. Llegamos un miércoles Cris, Raúl y yo. Ese día no hubo tiempo sino para tomar una cerveza, hablar y ponernos al día. Suso se había cortado el pelo: buena elección jajajaja.

El jueves nos levantamos temprano y fuimos caminando hasta Ortakoy: un conjunto de callejuelas con muchos bares con mucho encanto y con una mezquita pequeña, pero preciosa. Creo que fue la que más me gustó de todas las que vimos en Estambul, está directamente junto al mar y transmite paz. Después de comernos una papa rellena, volvimos a la zona de taksim para bajar por una de las calles más comerciales de Estambul (no recuerdo el nombre :'( ) y llegar hasta la torre de Gálata donde hicimos una pequeña parada a sacar fotos y disfrutar de las vistas. Luego cruzamos uno de los puentes para llegar hasta la zona más monumental de Estambul: Sultanahmet. Entramos en el bazar de las especias y yo me quedé fascinado por el bazar en sí (me gustó más que el gran bazar), pero sobre todo por los vendedores que son capaces de hablar cualquier idioma (a Cris le hablaron en euskera) con tal de conseguir una venta. Después del bazar de las especias fuimos al gran bazar y nadie tuvo ninguna duda de porqué dicen que es el mercado cubierto más grande del mundo: tenía sus calles y todo. Terminamos la tarde entre Santa Sofía y la Mezquita Azul (no puede ser más hermoso). Quedamos por la noche a tomar algo y a encontrarnos con Suso y compañía que habían estado en una recepción del embajador (no haré la broma absurda de los Ferrero).








El viernes tocaba visita a la zona monumental: Palacio Topkapi, Santa Sofía, Mezquita Azul y Cisternas. Hay que visitar todo obligatoriamente, a mí me sorprendió especialmente las Cisternas y la historia de Santa Sofía, pero todo el conjunto de Sutanahmet resulta apasionante. Al finalizar las visitas quedamos con los becarios de Estambul. Habíamos caminado mucho, así que nos merecíamos visitar un baño turco y allí que nos fuimos. Después de una hora de masajes y calor salimos totalmente relajados para irnos al restaurante en el que habíamos reservado para cenar. Las vistas sobre Sultanahmet no podían ser mejores. De ahí nos fuimos de marcha en una zona cercana y nos lo pasamos (al menos yo) genial. Lo único malo del día es que supimos que Jon no podría llegar por problemas con los vuelos :(




El sábado iba a ser el gran día. Suso había alquilado un barco para navegar por el bósforo para unas 40 personas. En mi vida me había sentido tan pijo :P. Fueron unas ocho horas en las que tuvimos tiempo de bañarnos, de hablar de todo y de bailar. Desde luego uno de esos días que jamás podré olvidar. Teníamos a varios camareros continuamente pendientes de nosotros y las vistas desde el barco no podían ser mejores: aquello era el paraíso. Al terminar el viaje fuimos nada más y nada menos que a la "Isla del Galatasaray" a tomar algo. Se trata de una pequeña isla artificial con un restaurante y una piscina de lo más, más pijos. Qué pijo me volví a sentir. Esa noche volvimos a salir un rato, pero no demasiado dado lo cansados que estábamos de todo el día en el barco.




El domingo ya no hubo tiempo para mucho. Desayuno con brunch en un sitio genial y camino al aeropuerto a coger el vuelo.

Esta entrada puede parecer de lo más aburrida: un relato de hechos y visitas, se debe a que ya me queda poco tiempo en Alemania y quiero terminar de contar mis viajes. Sin embargo, aunque tuviese todo el tiempo del mundo y estuviese lo más inspirado que sé, jamás podría describir lo hermoso y los sentimientos que tuve estando en Estambul. De verdad, no miento. Me enamoré. Le doy las gracias a Suso por haberme descubierto esta ciudad.

jueves, 17 de septiembre de 2009

"Pepa Sofía" podría ser un nombre

Desde el principio sabía que iría a visitar a Pepa a Sofía: lo habíamos hablado, era el único destino que probablemente visitaría en el este y me apetecía muchísimo verla en su ciudad. Así que en junio (sí, en junio, hace tres meses) me planté allí. Nada más llegar pude comprobar los progresos de Pepa con el búlgaro: mantuvo una conversación de unos 15 minutos con el taxista y yo atrás flipando. Cuando dejó de hablar con el taxista, empezamos a hablar y a contarnos cosas y a decir tonterías, básicamente lo que hacemos siempre y que nos gusta tanto. Tras la cena, fuimos a dar con nuestras charlas a un bar que parecía un establo: son los típicos sitios auténticos que se echan de menos en Düsseldorf. Lo pasamos muy bien y nos pusimos al día, pero había que acostarse pronto, así que no muy tarde nos fuimos a la cama.

Pepa me había dicho: "llevamos unos días de un calor genial, pero anuncian lluvias". ¿Anuncian lluvias?, ¿qué clase de eufemismo es ese? Al poco de levantarnos empezó a llover sin parar, será una de esas cosas del universo para que Pepa no pudiese echar de menos Galicia. Sin embargo, no nos íbamos a dejar ganar por un poco de lluvia (era bastante más que un poco) ni por las peligrosísimas aceras de Sofía, así que decidimos salir a hacer turismo de todos modos. Nos acompañó Dani, el majísimo compañero de piso de Pepa y pasamos primero a pagar internet. ¡Qué gran país ese, Bulgaria! en el que se paga todo en mano (según dice Pepa, TODO) y no confían en los bancos... Pensándolo bien si todos hiciésemos lo mismo no habría habido crisis, pero eso es otra historia. Después de pagar y antes de comenzar el recorrido turístico me mostraron una fuente en una plaza que estaba totalmente vallada, de hecho estaba tapiada. La explicación: un chico había muerto electrocutado en esa fuente y en lugar de resolver el problema eléctrico, pues se tapia la fuente y ahí está para el recuerdo. Sin embargo, sí que hay mucho turismo que hacer en Sofía, así que comenzamos y pasamos por el teatro, la iglesia rusa y la iglesia Alexander Nevski. Pasando en algún momento por unas calles cubiertas por adoquines amarillos que, según me explicó Dani, habían sido traídos desde Viena para que una princesa austríaca no tuviese que pisar el suelo de tierra (parece que hay otras teorías, pero esta me gusta más).




Ya nos habíamos mojado bastante, así que decidimos volver a casa para secarnos un poco, pero enseguida volvimos a salir. Esta vez había un motivo más importante que cualquier otra cosa: los chicos (Pepa, Pablo, Dani y Chino) tenían que votar en las elecciones europeas. Yo reconozco que no voté porque nunca me apunté en el consulado en Düsseldorf (shame on me!!!). La verdad es que estuvo muy bien entrar en una embajada de España y ver al pobre funcionario al que le tocó estar un sábado para que los chiquillos estos fueran a votar a última hora. Tan formal era todo que Pepa nos terminó peleando a Pablo y a mí por hacer demasiado ruido. Yo decía: somos españoles y esto es España, deberían estar acostumbrados, pero me temo que no coló. Al salir de allí fuimos a comer a un sitio justo en frente y ya pude intuir que la comida búlgara me iba a encantar. Después de comer mucho como buenos españoles (ven como sí tenía derecho a hablar alto en la embajada), decidimos que ya bastaba de tanta lluvia y nos fuimos a casa y que mejor que seguir demostrando lo españoles que éramos y echar una siesta :P.

Dos horas más tarde nos despertó un rayo de sol a través de la ventana. WTF???, ¿sol? ¡Ahhhhhhhhhhhhh!, había parado de llover: "¡Pepaaaaaaaaaaaaaaa, ya no llueve!" (en realidad no usé mi grito de guerra, pero debería haberlo hecho). No tardamos un minuto y Pepa y yo nos lanzamos a la calle para intentar volver a hacer el tour, pero esta vez sin agua. No había una nube en el cielo: ¡cómo había cambiado la ciudad!, ¡hasta las aceras parecían menos amenazadoras! La ciudad me gustó mucho y la iglesia Alexander Nevski, me enamoró por su interior. El interior es más bonito que el que haya visto de cualquier otra iglesia ortodoxa. Terminamos nuestra ruta en el mercado de las mujeres (no sé porqué se llama así), un sitio con mucho encanto. Como no podía ser menos, esa noche tocaba volver a comer hasta reventar, esta vez en un Marroquí porque era el cumpleaños de... de... ¿alguien? La cosa es que cenamos y luego salimos de marcha a uno de esos locales con música "de todo un poco". Yo me lo pasé bomba, hasta el búlgaro agresivo me terminó haciendo gracia (mentira, lo hubiese matado si no hubiese sido el doble que yo). Como le dije a Pepa: "viendo el grupito que hay aquí, apuesto a que no te aburres". ¡Vaya gente que se fueron a juntar a Sofía! Sin desperdicio. Terminamos a las seis de la mañana comiendo un trozo de pizza (bueno, fueron dos al ver lo barata que era) antes de irnos a dormir.




El domingo tocaba visita a la montaña que está junto a sofía: Vitosha. Allí que nos fuimos Chinos, su primo, Pepa, Pablo y yo. El día no podía ser mejor: no he visto un día tan despejado en todo lo que llevo en Alemania. Era perfecto. Subimos a la montaña en teleférico y ya arriba andamos un poco. El paisaje no podía ser mejor. Pepa acertó llevándome allí. Hasta nieve había. Un sitio precioso en el que recordamos que hay españoles por todos lados, así que es mejor no hablar muy alto. Al bajar, ¿qué hicimos? Pues claro: comer. Otro restaurante buenísimo: el Riverside. Ahora que lo pienso, quizás tenga la culpa Pepa de mi sobrepeso. ¡Malvada! Volvimos a la ciudad e hicimos un poco más de turismo, sólo para llegar a casa y volver a salir a cenar, pero esta vez a un restaurante de otro nivel: el Pod Lipite. ¡Qué bueno estaba todo! No exagero si digo que Bulgaria está entre los sitios donde mejor he comido este año. Después de cenar, fuimos todavía a tomar algo, otra vez al establo y ya no fue una copa tan divertida porque sabíamos que aquello se acababa.





A la mañana siguiente volví a hacer el recorrido turístico con Victor (el primo de Chino) y ya me despedí de él para ir al trabajo de Pepa a almorzar con ella. Comimos y tuve que decirle adiós a Pepa, pero sobre todo, tuve que decirle gracias por uno de los mejores fines de semana de este año y símplemente por ser Pepaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.