jueves, 25 de junio de 2009

Bélgica

Según tengo entendido, a los abuelitos que tienen alzheimer les hacen hacer ejercicios para reforzar la memoria. Pues bien, este es mi ejercicio particular contra el alzheimer, porque hace ya tanto que fui a Bélgica que apenas recuerdo qué hicimos en aquel viaje. Voy a tirar de lo poco que me acuerdo y de mucho google, wikipedia y reconocimiento de imagen (lo que viene a ser mirar mis fotos y buscar en internet alguna que se le parezca) para llevar a buen fin este post. Lo que sí recuerdo perfectamete es que este viaje surgió como el comienzo de la visita de Wendy (mi hermana) y Victor (uno de mis mejores amigos) a Alemania y por extensión, creo que a mí. Me hizo mucha ilusión esta visita, primero porque tengo pocas y segundo porque hacía ya mucho que no los veía y me apetecía mucho volver a tenerlos cerca. La noche en la que llegaron desde Tenerife apenas nos dio para ponernos al día y para cenar una de las famosas pizzas de 4€ de Düsseldorf (quedaron encantados: minipunto para mí).

La mañana siguiente nos levantamos temprano y fuimos a recoger el coche de alquiler. Un trámite que en un país donde hablas el idiomas no es más que eso: un trámite, se convierte en un país extranjero en toda una aventura por no decir tortura. Una tortura porque me tocó el alemán que más rápido habla de todo el planeta. El hombre sabía que yo era extranjero y ahí que el tío se regodeaba hablando cada vez más rápido. Yo utilicé mi técnica de siempre: repetir lo que entendía o creía entender. El hombre hablaba. Yo repetía lo que había entendido. Veía, entonces, por la cara de flipado que ponía el tío que yo no había entendido bien. El hombre repetía y esta vez yo entendía un poco más. Yo repetía lo que había entendido. La cara ya no era tan de alucinado, pero todavía me volvía a hablar. Yo repetía y esta vez sí, escuchaba el famoso: "genau!" (¡correcto!). Después de varios juegos de repetir y repetir (cuánto repito este verbo), tenía las llaves en una mano y en la otra los mapas de la guía Michelin para llegar de un punto a otro de nuestro itienerario (amiguitos viajeros, sigan mi consejo: ALQUILEN TAMBIÉN UN NAVEGADOR). Nuestra primera parada: Brujas.

Después de más rato del esperado (a eso me refería con el navegador) y de que me echara la siesta correspondiente (es matemático, medio de transporte y yo = siesta) llegamos a nuestro hostal. No era el mejor sitio del mundo, pero por lo que pagamos (65€ habitación triple) estaba bien. Lo mejor del sitio era que en el pasillo había una llave guardada en un cajetín de cristal que tenía un martillo al lado. Había un cartelito que decía (traducción libre): "en caso de incendio, rompa el cristal y use la llave para escapar por la habitación número 7". WTF? La salida de emergencia estaba dentro de una de las habitaciones, así que en caso de emergencia había que entrar en ella para poder salir. Este sitio no tenía precio. Salimos enseguida y no tardamos mucho en darnos cuenta que Brujas (Patrimonio de la Humanidad desde 2000) es preciosa. Es un calificativo perfecto. Es una de las ciudades más bonitas en las que he estado, según mi entender al nivel de Praga, pero en un poco más aburrido. Recorrimos las principales calles y donde quieras que mirarses sólo veías cosas bonitas. Uno de los puntos obligatorios de la visita a Brujas es recorrer los canales en barca. Pues bien, la ley de Murphy no pudo aplicarse mejor ese día ya que justo cuando cogimos el barco (y sólo durante ese rato) llovió a raudales sobre Brujas, así que más bien vimos poco desde el barco (no nos dejaban los paraguas) y nos calamos hasta los huesos en un día que no era precisamente caluroso. Además, Wendy y Victor pudieron reirse mucho de mí, porque yo estaba sentado justo en el borde de un paraguas y era peor el remedio que la enfermedad. Después de comer (y de calentarnos, gracias a Dios) seguimos con la visita pasando por la plaza Mayor (una de las más bonitas que he visto) y la plaza Burg en la que se encuentra la iglesia de Nuestra Señora en la que se conserva una pintura de Miguel Ángel. Seguimos disfrutando de Brujas, porque en mí opinión es una ciudad para disfrutar recorriendo sus calles, hasta que llegamos al "Begijnhof Ten Wijngaerde" un convento de benedictinas que junto con su entorno forma uno de los conjuntos más bonitos que tiene Brujas. Esa noche lo pudimos comprobar porque era también la imagen nocturna más hermosa. Esa noche, salimos a ver la ciudad iluminada. La verdad es que la ciudad está bastante muerta por la noche, pero fue muy divertido comprobar como las pocas personas que estaban en la calle hablaban todas español (será que somos nocturnos). La ciudad no tiene movimiento, pero lo compensa con lo bonita que es.





Al día siguiente nos levantamos y después de desayunar con 10 tipos de panes diferentes (otro de los puntos fuertes del hostal que escogimos) fuimos directos a Gante. En realidad no tan directos, porque volvimos a acordarnos del navegador :(. Al final iba a ser verdad que el alemán sirve para algo porque gracias a eso nos pudimos aclarar con los carteles en neerlandés. Nada más empezar nuestra visita nos encontramos con la plaza "Sint-Baafs Plein" una plaza hermosísima enmarcada por la catedral de San Bavón y por el campanario municipal (vale que todos los nombres los he mirado, pero me acuerdo de lo bonito que era). De ahí seguimos el recorrido turístico que nos habían marcado en la oficina de información (por cierto que cuánto tienen que aprender otros países de España en cuanto a información turística) parando en los sitios más emblemáticos hasta que llegamos a Graslei, una zona junto al canal flanqueada por edificios medievales y que es sin duda la estampa más característica de Gante. Cada vez que viajamos Victor y yo decidimos si viviríamos o no en una ciudad. Desde luego Brujas es una ciudad para visitar, pero Gante lo es para vivir y es que Gante no sólo tiene sitios muy bonitos sino que además está llena de vida en la calle. Aprovechamos, por cierto, para comer nuestros primeros bombones (uhmmm, chocolate) en Bélgica justo antes de poner rumbo a Bruselas.



Mi primera impresión de Bruselas no fue muy buena. Algo tuvo que ver que nuestro hotel estaba en pleno centro, pero junto a una zona no muy recomendable (como descubriríamos al día siguiente). Sin embargo, en cuanto caminamos un poco hacia la "Grand Place" la cosa fue cogiendo mejor pinta. No habíamos caminado 10 minutos cuando nos tropezamos por accidente con el "Manneken Pis". Es gracioso como funciona lo de las opiniones. Me habían comentado que era tan cutre, tan cutre, que cuando lo vi a mí no me lo pareció tanto :P. Así que supongo que soy una de las pocas personas del mundo que no se decepcionó con esa esculturilla. Llegamos a la "Gran Place" y la verdad es que nos gustó mucho: una especie de Plaza Mayor, pero con edificios realmente pijos. Lo mejor es el ayuntamiento, sobre todo porque no es simétrico (si no te lo dicen no te das cuenta) y creo que nunca había visto algo así. Un rato después nos encontramos con Roberto que en lo sucesivo nos hizo de magnífico guía, aunque eso sí, a una velocidad de vértigo ;). Roberto nos llevó por los sitios más interesantes de la ciudad y la verdad es que nos gustó mucho. Terminamos tomando unas cervezas en un hogar asturiano y la verdad es que deseé poder tener yo uno aquí en Düsseldorf. Justamente la casa asturiana estaba en una zona de la ciudad (alrededor de "Rue Haute": ¡viva google maps!) que fue de lo que más me gustó de Bruselas. A la mañana siguiente hicimos casi el mismo recorrido que el día anterior, pero de día. Roberto nos llevó a algunos otros sitios interesantes de la ciudad y también nos mostró el mural más grande de los que hay sobre el cómic (la ciudad está llena de ellos). Ya estábamos dispuestos para volver a Düsseldorf cuando nos dimos cuenta de que alguien nos había roto uno de los cristales del coche de alquiler (a eso me refería con la zona), así que empezamos toda una aventura de poner denuncias, atravesar al ciudad que estaba en fiestas... Un relato que la verdad no me apetece contar. Total, que terminamos yéndonos de Bruselas con un sabor agridulce y agradeciendo mucho a Roberto y a una amiga suya por la ayuda.




Fue un viaje genial a pesar de los 200€ inésperados que tuvimos que pagar por el cristal :(. Sin embargo, dio un poco igual porque todo lo demás fue como la seda y disfruté mucho de estar con dos personas tan queridas. Ellos pasarían otros dos días en Düsseldorf y nos volveríamos a reunir el siguiente fin de semana en Berlín.

miércoles, 3 de junio de 2009

Colorín colorado...

¡Vergüenza debería darme!, que diría mi madre. Hace ya dos meses que me fui a Asia y todavía queda el último post y es que los dos últimos días los pasé en Kuala (revival) y en Singapur.

Llegué a Kuala lumpur el domingo 12 de abril con dos pensamientos en mi cabeza: sacarme la foto nocturna en las petronas e ir a La Lola a comerme otra mantita raya. Una de dos no está tal mal. La cuestión es que esa noche llovía a cántaros sobre Kuala. Me viene a la cabeza una frase recurrente de Alfonso: "shit happens" y vaya que si pasa. No mejoraba la situación que Alfonso dijera frases como: "...mira que es raro, porque en Kuala no suele llover por la noche..." o "...mira que es raro, porque en Kuala no suele llover tanto tiempo seguido...". Así que este que está aquí, que en ese momento estaba allí, se tuvo que quedar sin foto nocturna con las petronas. Bueno, hice un pseudointento desde el balcón de Alfonso, pero fue una kk :P . Pero eso sí, que no me quedé sin mi manta raya y tampoco sin en "chicken fish" que como su nombre indica es un pescado que no sabe a pescado.

Al día siguiente, Silvia y yo nos levantamos para ir a hacernos la foto de rigor con las Petronas (esta vez no llovía), pero antes pasamos por un puestito de hindúes a desayunar. Alfonso nos dijo: "...pidan el sweet pancake..." y le hicimos caso. ¡Dios santo!, ¡qué bueno estaba eso! El niño gordo que habita en mí nunca estuvo más contento. Lamentablemente, tuvimos que seguir adelante y llegamos a las torres. Lo primero: subir al puente que las une. ¡Ja!, eso pensábamos nosotros, porque los lunes no se puede visitar el puente: ¡shit happens again! No nos importó (bueno a mí sí), así que allá que nos fuimos a buscar el sitio perfecto para sacarnos la foto. Silvia terminó hartita de mí: yo quería mi foto perfecta. Así que en la búsqueda de la misma conseguí hasta que Silvia terminase en el suelo tirada cual saco de papas. En su vida había pasado esa niña por una mayor situación de bochorno, pero todo sea por mi foto. Así que al final la obtuve. Una vez que estuvimos listos nos fuimos a hacer algo que a los dos nos encanta: ir de tiendas. Justo debajo de las Petronas hay un centro comercial llenitito de tiendas, así que ni cortos ni perezosos nos recorrimos el centro comercial y terminé saliendo de allí con tres camisetas, unos tenis y un libro en chino. El pack completo. Silvia se compró algunas otras cositas, pero eso ahora no importa. Después de nuestro tiempo de compras nos fuimos a almorzar con Alfonso: ¡qué lástima, nuestro último almuerzo! Silvia y yo nos fuimos a casa a hacer las maletas y volvimos a ver a Alfonso justo antes de irnos al aeropuerto. Allá que nos fuimos, con tristeza de dejar a Alfonso atrás. En mi caso tristeza porque sabía que el muy asqueroso se quedaba en Asia a seguir recorriéndose medio continente: ¡perraco! La primera parada del taxi fue para dejar a Silvia en el aeropuerto de los ricos. Allí tuve que despedirme de una gran compañera de viaje.


Una hora de viaje y ya estaba en Singapur. Cogí un taxi y a casa de Ana que muy amablemente me recibió en su casa. Esa noche dimos una vuelta y me bastó para darme cuenta de lo diferente que era aquello al resto de lo que había visto en Asia: ciudad ultramoderna y todo perfecto. A la camita que al día siguiente había que caminar. La mañana la dedicamos Yaiza y yo a visitar Singapur. Fuimos al barrio chino, a ver al Merlion y al barrio hindú. En este último entramos a comer en un restaurante auténtico en el que todo el mundo comía con la mano (menos nosotros, claro): toda una experiencia. A la hora de comer fuimos a recoger a Ana y Xevi a la oficina para ir a visitar la isla de sentosa, una especie de resort de playa un tanto artificial, pero que a mí me encantó: ¡viva el artificio! Singapur es una ciudad perfecta para tener las comodidades de occidente a tiro de piedra de Asia. Desde luego, no es una mala combinación. No teníamos más tiempo, fuimos a casa de Ana, recogimos las cosas y fuimos al aeropuerto a tomar el vuelo que trece horas después nos llevaría a Amsterdam y de ahí a Düsseldorf.






He de decir que este ha sido probablemente el mejor viaje de mi vida. Fue un tiempo aprovechado por completo y no me puedo creer la suerte que tuve. Tengo que dar las gracias a todas las personas con las que me encontré (y con las que fui) que hicieron este viaje aún mejor. Sobre todo, se merece unas gracias muy fuertes Alfonso, que me empujó a que hiciera real lo que parecía que no podía serlo. ¡Qué gran viaje!