martes, 13 de octubre de 2009

La historia de cómo nos cagábamos por la pata pa'bajo

Dos visitas en un año al Sudeste asiático: no está mal. Cuando me marché de Singapur rumbo a Alemania nunca pensé que volvería a esas latitudes (y longitudes) tan pronto. Sin embargo, ahí estaban los informáticos para hacerme cambiar de opinión. De pronto me encontré con un viaje organizado a Tailandia para finales de agosto. Tenía el dinero y los días (esto es otra historia), así que, ¿por qué no?

El viernes 21 partimos a Tailandia Patricia, Lorena y yo (a las dos las embauqué) para pasar 10 días divertidísimos, loquísimos, rarísimos y escatologísimos (no sé si eso se puede decir). Desde luego 10 días de puro reír. Nada más llegar el sábado quedamos a cenar con todos los demás (eran muchos, no los nombraré, bueno, sólo a Jojo, nuestro amigo alemán ? ) y ya nos pusimos al día. Yo no me podía creer que estuviese ahí sentado con toda aquella gente. Ya sólo por eso había merecido la pena el viaje. Después de cenar salimos a un local (Route 66) al que nos llevó Guille. Sencillamente genial. La combinación de varias salas con varias músicas, una terraza y un grupo tocando en el baño de las chicas fue perfecta. Allí ya festejamos mucho y bebimos más, pero como no nos pareció suficiente. Pusimos rumbo a otro local cuyo nombre no puedo recordar. Sólo decir que terminé bailando en un escenario, dando vueltas alrededor de una barra a la que al rato se me unieron muchos. ¡Una gran noche :P!





Por la mañana nos lavamos la cara y salimos a visitar el mercado de Chatuchak, sólo abre los fines de semana, así que era ahora o nunca. ¡Es increíble! Se puede encontrar de todo (bueno y malo) y a unos precios de risa. Ahí tuvimos que despedir (no sin pena) a los primeros amigos. Por la tarde la noche anterior hizo mella y algunos volvimos al hotel a darnos un baño en la piscina y a descansar un poco. Después de cenar nos reunimos con los demás para ir a ver el “Pingpong Show”. Tanto habíamos hablado de ello que al final fuimos. Mi opinión: es lo único que no repetiría de Tailandia. Luego unas copas y a la cama.



Tocaba visita turística, turística y desde muy temprano ya estábamos preparados para ir a visitar el Palacio Real y varios templos del alrededor. El Palacio y el templo que está junto a él son increíbles. No hay otro calificativo. Una parada obligada en la visita a Bangkok. Luego hicimos un pequeño tour en barca para visitar otros dos templos: bla y bla. Con el cansancio ya en el cuerpo volvimos a blabla a que nos dieran un masaje y luego fuimos a un restaurante (enfrente del templo bla) a cenar donde conocimos a Clara (ya he dicho que una de las mejores cosas de esta beca es conocer gente). Esa noche terminamos tomando “Sansong Sa’prite” en la zona cercana a donde los becarios de Bangkok viven (¿vivían?, escribo esto después del final de la beca) y en la que terminamos bebiendo por fuera de una furgoneta.








El martes fue el gran día. Tocaba visita a Ayutayah, pero eso no fue lo que hizo que fuera grande. Al poco rato de salir del hotel empecé a sentirme mal y no pasó mucho tiempo hasta que empecé a vomitar todo lo que entraba en mi estómago. Mientras paseábamos por entre los templos de la antigua capital, yo parecía un espectro que se quedaba a esperar debajo de los árboles. Pero Patricia, envidiosa como es (jajaja), no podía ser menos así que a mediodía empezó también a vomitar. Terminamos algunas horas después tumbados junto a unos tailandeses que descansaban del trabajo y corriendo de vez en cuando al baño porque ahora teníamos también diarreas. Para disgusto de una canadiense, decidimos volver a la ciudad. Nos enteramos, además, que no éramos los únicos que el resto del grupo también estaban “cagándose por la pata pa’bajo”. Empezó, entonces, un día y medio muy divertido. Esa tarde nos quedamos todos en el hotel sufriendo, durmiendo y siendo patéticos. Sin embargo, lo más divertido (léase con ironía) vino al día siguiente cuando Patricia se desmayó hasta dos veces (con los ojos abiertos: qué miedo) y terminamos a media tarde en un hospital, eso sí modernísimo, después de haber pasado el día a arroz y pechuga (gracias Lorena). En este tramo también Lorena y Jojo empezaron a sentirse mal, aunque (afortunados ellos) nunca llegaron a estar tan mal como nosotros.

El jueves, era el momento de romper la maldición: nos íbamos a Phi Phi. Patricia no estaba todavía del todo recuperada, pero sí lo suficiente como para viajar. Cuando vimos las islas acercándose supimos que había merecido la pena. Ese día sólo fue de reconocimiento (reconocimos por ejemplo nuestra playa que era increíble) y para empezar a comer normal (pasta al pesto).



El viernes fue el día de nuestra excursión de LA MUERTE. Al final no morimos, pero cerca estuvimos (exageración dramática). Cogimos una excursión en bote a la isla de enfrente a Phi Phi (la de la playa de “La Playa”) y a otras playas e islas cercanas. Después de empezar haciendo snorkel en un sitio paradisíaco, el tiempo empezó a empeorar hasta que nos encontramos a media tarde en la barcaza dando tumbos en alta mar y pensando (al menos yo) que en cualquier momento aquella barca volcaría. Afortunadamente, no fue así y la verdad es que nos reímos todo lo que quisimos. Habíamos sobrevivido. Sin embargo, nos plateamos: “…entre lo de la enfermedad y lo de la barca, ¿no estaremos gafados?”

El sábado llegaron a la isla los bangkonianos y subimos hasta el mirador de la isla (Dios mío, cuántos escalones) para luego bajar hasta una playa al otro lado. La verdad es que las vistas y la conversación hicieron que toda la caminata mereciera la pena. Después de comernos unos bocadillos y zumos buenísimos emprendimos la vuelta a la isla, para terminar esa noche, una vez más, bailando al ritmo de la música machacona y oliendo a gasolina quemada.

El domingo no hubo tiempo para más: hicimos las últimas compras y pusimos rumbo a Bangkok. Terminamos a las 23:00 de la noche con el agua hasta los tobillos comprando en un mercado nocturno, pero la verdad es que mereció la pena. Al día siguiente vuelta a Alemania y a rememorar lo vivido.

Sé que leyendo esto nada provoca tanta risa, pero es que las mejores historias están censuradas para el gran público, espero que mi cabeza dure bien muchos años para poder recordarlas y reírme y reírme y reírme... Vale, diré una de las cosas graciosas: ¡qué divertido es pasarte 8 días hablando de mierda!

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