lunes, 18 de agosto de 2008

Madrid, Madrid, Madrid...

No recuerdo el resto de la canción, pero no es lo importante en este caso. Aquí lo que cuenta es que ya estoy en Madrid. Después de dos horas y media de vuelo (con cambio horario, tres horas y media) y de hacer dos transbordos en el metro, llegué al piso, que alegría para mí: EXISTE, no he sido estafado. Ya en el trayecto desde el aeropuerto pude peculiar lo peculiar de Madrid. Primero, un hombre de cerca de dos metros se montó en el vagón en el que yo estaba. Era calvo y blanco de piel y nada más entrar comenzó a gritar algo (creo que en ruso) que parecía ser un rezo, mientras que de forma compulsiva besaba tres estampitas de lo que parecían ser santos. Un par de estaciones después se subió al tren una trabajadora del metro: alta y robusta y con el pelo teñido de un rojo muy fuerte y comenzó a pedirle al "ruso" que dejara de gritar. Finalmente él se bajó en la siguiente estación seguido muy de cerca por la trabajadora. Toda esta situación me hizo plantearme un par de preguntas: 1) ¿Qué estaría diciendo el "ruso"?, 2) ¿Quién daba más miedo, el loquito o la mujer?

Pero ahí no queda la cosa. El vagón continuó siendo un lugar de culto, porque después de unos minutos un hombre (este sí que tenía un aspecto normal) empezó a cantar una saeta. La cuestión es que no era un músico callejero, sino un simple espontáneo. Así que, o esos dos eran unos iluminados o la gente en Madrid está muy loca.

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